Pasionaria nacimiento
srtuyu
srtuyu
Resucitado, desperté en aquel banco con olor a tierra
húmeda. Me dolían la frente, las manos y los pies.
Caminaba. Estaba mojado. Tenía frío..., los pasos pesados,
los hombros caídos. ¿Quién era? No recuerdo quién era. Tenía frío. Entré a ese
edificio. Venía de lejos, sediento y sin abrigo. Entré a aquel edificio.
A derecha e izquierda había 84 corazones. No me miraron.
Respiré. Hablaban un lenguaje diferente, un idioma distinto, lo notaba, lo
recordaba. Alguien los llamó, un corazón más grande, y ellos se levantaron
sonriendo. Se alinearon en los bancos de siete en siete –pero era el infinito borgiano–. Los niños sonreían y jugueteaban y todos
cantaban. Había rosas en el aire, sin espinas, dibujando juegos en un
equilibrio limpio. Yo respiraba. Seguían hablando entre ellos, en su idioma:
–¿Qué
día es hoy? –preguntaba
el gran corazón, con ojos amables.
–Jueves –contestaron 84 voces,
infinitas voces también.
–¿Y
qué es lo que estableció un día como hoy?
Los corazones alzaron sus manos chicas. Solo a uno llamó,
pero era infinito.
–La
eucaristía.
La palabra, ¡esa era la palabra!, ese parecía el símbolo, el
comienzo de algo, o el fin de algo. Lo sentía… Respiré.
–¿Y
qué sucedió ese día? –volvió
a hablar el gran corazón.
Yo quería saber, quería recordar, quería reconocer. Tuve
sed, infinita sed, pero se marchó. Quería escuchar, quería saber.
–¡Comió
por última vez!
Y me sobrecogí. ¿Cómo que comió por última vez? ¿Quién?
No me miraban, como si no estuviera allí, como si fuera
transparente, como si no existiera. «¡Comió por última vez!», me dije asustado.
¿Cómo se sabe que comerás por última vez? ¿Cómo puede uno...? Y respiré. Quería
entender este idioma, quería conocer estas palabras. Quería saber quién era él
y dónde estaba yo.
–Uno a
uno, ¿qué palabras dijo en esa cena?
¿Por qué recordaban un suceso así? ¿Por qué hablaban de
ello? ¿Qué palabras eran esas?
–Tomad
y comed.
–Todos
de él.
–Este
es mi cuerpo.
–Que
será entregado por vosotros.
Recordaba. Esas palabras resonaban dentro de mí, como un eco
en mi vacío. Sentí miedo. Respiré. No me veían. ¿Qué era ese cuerpo? ¿A quién
se lo daban? Pero, si era su última cena ¿por qué la compartía?
Los corazones seguían sonriendo, en silencio, con respeto,
llenos... Las rosas seguían flotando, pasaban cerca de mí, podía olerlas. Mis
pies ya no estaban cansados.
Se entregaba. Se entregaba a no comer más. ¿Moría? ¡Sí, era
eso!, recordé. Se entregaba por nosotros, por mí también. Y lo sabían, lo
recordaban.
–Tomad
y bebed.
–Todos
de él.
–Porque
esta es mi sangre.
–Que
será derramada por vosotros.
–Haced
esto en conmemoración mía.
¡Moría! Ahora sé que moría, que ya no comería más, que esa
era la última vez que hablaría, y que por eso le recordarían. Compartía su
última cena. Ya no tenía los hombros caídos ni tenía frío. Esa sangre suya sería
derramada. Él se entregaría. Esa era su alianza, lo reconocía. Y ellos lo
recordaban. Así lo tenían presente. Así eran corazones. No me veían. Yo miraba.
Respiraba. No tenía frío.
Se disolvieron. Corrían esos niños, jugaban mientras
comentaban. Sus ojos tenían el color de la inocencia. Habían celebrado. Se
sentían a salvo. Y yo también.
Salieron del edificio. Yo iba detrás, despacio. Respiraba.
Seguía viendo las flores. Atravesé el umbral. Miré el edificio, hacia arriba, y
vi la cruz.
¡Estrenando sección de comentarios del Blog!
ResponderEliminarG.T.