Pasionaria instinto
srtuyu
El abrigo lo encontré en la calle, metido en un contenedor
, sucio y con olor a asfalto mojado y pescado; un olor
ácido y penetrante. La calle también olía a asfalto. Ese abrigo cobijó mis
hombros, que sentían ya el helor de la noche.
Hacía una noche bastante cerrada; la calle, húmeda; mi cara,
pálida. La puerta del garito se abría. Salía gente y calor. Mis manos
retemblaban. Me acerqué. Abrí y sentí el golpe de calor. Pasillo. Escaleras… Me
arrinconé. En el suelo, moqueta. En la pared algún espejo del que yo huía; no
quería verme, no sé por qué –pensaba, pero era lo de menos–. La cosa era pasar las
horas inadvertido. Sabía que cerrarían a eso de las 4. Recordaba esas cosas.
Mejor de pie. No mires a nadie. No crees problemas. Actúa con normalidad. Se
acercaron dos a la mesa de al lado. Eran jóvenes. Estudiantes diría yo. Bebían
cerveza y comían cacahuetes. Mis ojos se clavaron en esa cerveza y esos
cacahuetes. Salivaba. Recordé su sabor. También vi sus camisas planchadas y
limpias, sus relojes, pulseras, anillo, las llaves del coche en la mesa, los
móviles. Ellos no me vieron. Yo no sentía cosas buenas mirándolos. No mires. Pero
miraba. Reconocía. Quería. Y ya sentía calor.
–Entonces,
si el capitalismo no funciona y el socialismo tampoco, ¿qué nos queda?
–Nos queda...
encomendarnos al Señor, –reía
uno, con una bondad desconocida, casi maliciosa–.
No... Yo creo que lo que habrá es eso... una especie de política muy diluida y
menos ideologías; o a lo mejor hay un resurgimiento de ideologías, yo qué sé...
–Hombre,
no creo que resurja el comunismo. Eso es peor todavía, está acabao.
–No sé
la gente lo que quiere... Bueno, la gente quiere dinero, y es normal querer
tener mucho en esta sociedad en que nos han soltao.
–Pues
sí...
Bebían cerveza. No podía dejar de mirarlos. Me preguntaba
por qué el dolor y la basura tenían un rincón.
–…
–Entonces,
será una especie de pragmatismo. Los bancos harán más estudios cada vez para
controlarlo todo matemáticamente al detalle...
–El
banquismo –chispoteaba
lentamente–. Le
voy a dar 4 porque sé que usted me va dar 8. Sí..., lo mismo que ahora pero más
medido, no tan a la ligera. Te ofrecen préstamos si no necesitas préstamos –volvía a sonreír–. Si los necesitas no. No,
no, a usted no. Mire usted, es que soy un empresario... Uy, no, no, ¡vade retro, satanás! Fuera de la
oficina. Pero... si antes usted me quería aquí…
–Neocapitalismo...
disfrazado.
–Sí,
algo así.
–El
banco sigue ahí para ayudarnos. Nosotros seguimos ahí con una ensoñación o
delirio. Creemos que vivimos de puta
madre con televisiones de plasma y tal, pero resulta que vamos a seguir
endeudaos pa toa la vida, y...
–Sí,
sí.
Saqué las manos de los bolsillos y me quité despacio el
abrigo. Mis ojos seguían fijos en esos dos jóvenes, en los cacahuetes, en sus
bocas masticando y hablando. Miré alrededor. Oía más que habitualmente. Había
mucha gente. Todos tenían camisas limpias y manchadas. Todos conversaban, se
miraban y sonreían. ¿Qué día era hoy? Sería viernes o sábado, después del
trabajo. Mis manos entraron en calor.
–Pero
yo creo que no hemos tocado fondo aún de verdad, ¿eh? Me refiero al mundo, no a
España.
–Menos
mal, ¿no?
–Menos
mal. Pero es que a lo mejor la próxima..., el próximo petardazo..., no sé,
dentro de 15 o 20 años, más o menos...
–A lo
mejor es todavía más virulento, ¿no? Este es como un ensayo...
–Sí, porque
las comunicaciones son cada vez más rápidas, y estamos más interconectados,
casi somos uno. ¡Globalización!
–Cada
vez hay más diferencias sociales, menos ricos pero riquísimos, y más pobres...
Bueno, señorcito, ponme donde haya que ya del resto me encargo yo.
–Hum.
–¡La
que nos queda!
–... –asentía.
Tenía hambre y sed. Sentí pedirles una cerveza, un solo trago,
pero me echarían de allí al frío otra vez. Quería comer algo. No entendía todo
aquello, era nuevo para mí. Era hambre. Mis ojos cobraban vida, engordaban
persiguiendo la comida, estaban obsesionados con sus bocas, con su serenidad de
que todo funciona bien, de que se merecen esa cerveza porque han regado las
plantas. Ni siquiera recuerdo desde cuándo tengo hambre, desde cu
ándo soy consciente de que tengo hambre.
Él tenía hambre. Su cuerpo lanzaba señales nuevas,
desconocidas, animales. Su mano podría convertirse en una zarpa y reventar a esos
dos. Sabía que podía, notaba que la pulsión se manifestaba como nunca antes
había sentido. Sabía que era una lucha nueva, y que la tenía que aprender a
controlar. Y rugía. La saliva se apoderaba de mis dientes; la sangre, de mis
ojos; los temblores, de mi cuerpo.
No soy un animal.
Se decía a sí mismo que no era un animal. Pero sentía que
era un animal, porque se recordaba racional, se recordaba como esos dos,
comiendo y bebiendo cuando quería, reflexionando sobre su momento, el pasado o
el futuro, con todas las necesidades cubiertas. Pero ahora ya no conocía su
cuerpo. Le tenía miedo. Su mente estaba luchando contra su instinto. Le crecían
los dientes como puñales, las uñas asesinas. Husmeaba la cerveza. Se rascaba
los brazos, nervioso. Luchaba para no saltar sobre esos dos y arrebatarles lo
que tenían. Estaba sufriendo. Temblaba. Se empezaba a odiar. Estaba incómodo
allí. Las luces, la oscuridad, la gente, las voces, la música, el olor, las
miradas. Estaba en una cárcel, en una jaula, era un zoo. Pero quién era el
animal.